Wednesday, May 03, 2006

Bibliotecas

A veces siento que mis entradas de blog son repetitivas. Otras, prefiero ponerme más filosófico y decir que son cíclicas, como la vida. Hay que ver que morro tengo.
Llevo unos días queriendo escribir algo, pero por unas cosas y otras, siempre iba dejandolo. Hoy aprovecho y escribo dos de un tirón.
La entretenidísima ginkana (ni idea de si eso se escribe así, ¿alguien que me ilumine?) en que se ha convertido la M-30 no deja fijarte a menudo en los alrededores de esta, salvo para apreciar, vagamente, que parece que una blitzkrieg cualquiera hubiese pasado por Madrid sin avisar. Al menos si vas conduciendo, claro, que suele ser mi caso.
El otro día, sin embargo, andando a la velocidad de la deriva continental, gracias de nuevo a los divertidos designios del concejal de obras correspondiente, que solo piensa en el asueto de los conductores madrileños, tuve la oportunidad de comprobar los destrozos que se han realizado en el parque de la Arganzuela. Me entró por dentro un ansia asesina que normalmente asocio a tipos de pobladísimas barbas, cascos sin cuernos, espadas y espuma corriendoles por la boca mientras muerden sus escudos y se lanzan como posesos sobre cerradas filas de enemigos. Yo amaba ese parque. Hay sitios que te recuerdan lo hermosa que puede ser la vida y ese era uno de ellos. Verlo destruido por grúas, convertido en almacén de escombros y material de obra, me hizo añadir una muesca más al provervial mango del hacha que si pudiera, haría descender con velocidad terminal sobre la cabeza del político responsable. Ponga usted aquí el nombre del político que crea más relacionado.

El otro tema es más amable. Es solo una pregunta, realmente. ¿Habéis notado que todas las bibliotecas huelen igual? Es un olor agradable, vetusto, que se instala entre las filas de estanterias un minuto después de que las hayan colocado, antes incluso de que abran las puertas al público.
Recuerdo las primeras veces que olí ese aroma, y luego cuando ese aroma fue permeando mi conciencia y cómo se me quedó grabado. De vez en cuando, como hoy, me entra la necesidad de ir a una, y, sin un objeto concreto, pasear por entre las filas, mirar los miles de baqueteados lomos de pequeños mundos por explorar, oir a los libros respirar, pero, sobre todo, empaparme de ese olor.

A veces me pregunto si no me habré equivocado de vida.