Cazando lagartijas
Tindriel ha puesto una entrada en su blog acerca de la belleza. A propósito de eso, aunque ya tenía pensada esta entrada de antes, va esto.
Cuando era pequeñajo, me encantaba cazar lagartijas. No porque me gustara putearlas, sino porque me parecían preciosas. Me gustaba que corrieran por mis dedos, ver la hermosura de la velocidad de sus movimientos, los colores de sus escamitas al sol... las ponía en botes, terrarios improvisados, para no perderlas, y les llevaba hormigas para que comieran. Recuerdo que en un campamento tenía un bote con un montonazo de ellas, las pobres.
Con el tiempo empecé a dejarlas libres nada más cogerlas. No quería hacerles daño, y empezaba a entender que apresarlas, aunque fuera brevemente, no debía ser muy bueno para ellas. Y claro, con el tiempo, dejé de cazarlas.
Me sigue emocionando verlas correr en verano, o cuando luce en sol en primavera, como ayer. Aunque no son exactamente lagartijas, también me gustan las salamanquesas, en casa de mis abuelos las hay a montones en verano, y por la noche salen a cazar por las paredes y los techos, y me pasa igual con ellas.
Algunas veces se me olvida, y entonces cojo alguna, para sentirla en mis manos por un rato. Luego me siento un poco culpable, y cuando la dejo ir espero no haberla estresado mucho.
Supongo que la belleza es así, un poco como las lagartijas. Queremos tenerla cerca, sentirla, y si no nos damos cuenta de que tiene que estar a su aire para seguir siendo bella, podemos ahogarla.
Cuando era pequeñajo, me encantaba cazar lagartijas. No porque me gustara putearlas, sino porque me parecían preciosas. Me gustaba que corrieran por mis dedos, ver la hermosura de la velocidad de sus movimientos, los colores de sus escamitas al sol... las ponía en botes, terrarios improvisados, para no perderlas, y les llevaba hormigas para que comieran. Recuerdo que en un campamento tenía un bote con un montonazo de ellas, las pobres.
Con el tiempo empecé a dejarlas libres nada más cogerlas. No quería hacerles daño, y empezaba a entender que apresarlas, aunque fuera brevemente, no debía ser muy bueno para ellas. Y claro, con el tiempo, dejé de cazarlas.
Me sigue emocionando verlas correr en verano, o cuando luce en sol en primavera, como ayer. Aunque no son exactamente lagartijas, también me gustan las salamanquesas, en casa de mis abuelos las hay a montones en verano, y por la noche salen a cazar por las paredes y los techos, y me pasa igual con ellas.
Algunas veces se me olvida, y entonces cojo alguna, para sentirla en mis manos por un rato. Luego me siento un poco culpable, y cuando la dejo ir espero no haberla estresado mucho.
Supongo que la belleza es así, un poco como las lagartijas. Queremos tenerla cerca, sentirla, y si no nos damos cuenta de que tiene que estar a su aire para seguir siendo bella, podemos ahogarla.
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