Si la mala hierba nunca muere...
Yo debo de ser la peor hierba del mundo.
Cuando estás a punto de matarte, tu vida no pasa a toda velocidad por delante de tus ojos. Lo sé por propia experiencia.
Hoy, por no sé ya que vez, he estado muy cerca de engrosar las filas de los perdedores de peso terminales.
Circulando por una rotonda de camino a el Álamo, un pueblo de Madrid, un coche me ha cerrado el camino al adelantarme y tratar de meterse en el mismo carril de salida que yo iba a coger. Me ha adelantado a la velocidad del hiper espacio, y yo, que ando bien de reflejos, al ver que íbamos a colisionar, he girado el volante. La combinación de carril estrecho, grava en la calzada y maniobra extraña, han hecho que me saliera de la calzada, me subiera contra el quita miedos, y diera tres vueltas de campana, cayendo rodando por un terraplen. Menos mal que iba con el cinturón puesto, y no iba a mucha velocidad.
El coche que ha provocado el accidente no ha parado, y casi mejor, porque es muy posible que al bajarme yo del coche, ileso, hubiera hecho algo irreversible. Mi coche ha quedado reducido a pulpa, y por un momento he temido que fuera a explotar, por la manera que tenía de soltar combustible. Luego me he acordado de que al parecer el diesel no hace esas cosas.
Se han parado varios coches, pero solo una furgoneta con dos chavales, Iván y Víctor, que nunca leerán esto pero a los que estoy infinitamente agradecido, se ha quedado conmigo hasta que ha llegado una ambulancia de la Cruz Roja. Luego ha llegado la Civil. Me han tomado declaración, me han llevado al Hospital de Móstoles...
Abreviando. Yo estoy bien, salvo algo de dolor en el hombro izquierdo. Demasiado bien, porque el coche está siniestro total. Parecía una hamburguesa, ahí al fondo de la cuesta, cuando han cerrado la puerta de la ambulancia.
Cuando estás a punto de matarte, tu vida no pasa a toda velocidad por delante de tus ojos. Lo sé por propia experiencia.
Hoy, por no sé ya que vez, he estado muy cerca de engrosar las filas de los perdedores de peso terminales.
Circulando por una rotonda de camino a el Álamo, un pueblo de Madrid, un coche me ha cerrado el camino al adelantarme y tratar de meterse en el mismo carril de salida que yo iba a coger. Me ha adelantado a la velocidad del hiper espacio, y yo, que ando bien de reflejos, al ver que íbamos a colisionar, he girado el volante. La combinación de carril estrecho, grava en la calzada y maniobra extraña, han hecho que me saliera de la calzada, me subiera contra el quita miedos, y diera tres vueltas de campana, cayendo rodando por un terraplen. Menos mal que iba con el cinturón puesto, y no iba a mucha velocidad.
El coche que ha provocado el accidente no ha parado, y casi mejor, porque es muy posible que al bajarme yo del coche, ileso, hubiera hecho algo irreversible. Mi coche ha quedado reducido a pulpa, y por un momento he temido que fuera a explotar, por la manera que tenía de soltar combustible. Luego me he acordado de que al parecer el diesel no hace esas cosas.
Se han parado varios coches, pero solo una furgoneta con dos chavales, Iván y Víctor, que nunca leerán esto pero a los que estoy infinitamente agradecido, se ha quedado conmigo hasta que ha llegado una ambulancia de la Cruz Roja. Luego ha llegado la Civil. Me han tomado declaración, me han llevado al Hospital de Móstoles...
Abreviando. Yo estoy bien, salvo algo de dolor en el hombro izquierdo. Demasiado bien, porque el coche está siniestro total. Parecía una hamburguesa, ahí al fondo de la cuesta, cuando han cerrado la puerta de la ambulancia.
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