The Albion Knight
Aunque me estaba dando pereza, me voy a obligar a hacerlo, por que esta entrada debe hacer justicia a dos cosas.
Para empezar, debe hacer justicia a la preciosidad que descansa sobre mi regazo.
Sí, es de verdad, una espada hecha en serio. Para cortar gente. Tindriel, que no es un sol, no, es una supernova, me la ha regalado. Hacía mucho tiempo que iba detrás de algo así de hermoso. El mundo es un poquitín mejor.
La segunda cosa que merece ser contada es la aventura que esta mañana hemos corrido Earendil y yo. Con el noble propósito de hacerle una funda a mi hermosa nueva espada, me he tirado un par de días buscando una clase de madera bastante especifica, por razones que no vienen al caso (gracias por la ayuda inestimable Rapun). El caso es que por fin localicé ayer un aserradero, donde por teléfono, un hombre muy majete me indicó que sí, que me harían los listones de madera de álamo negro. Perfecto, solo tengo que pasarme a comprarlos, y habré empezado mi tercer proyecto veraniego (primer proyecto, ponerme a punto para las pruebas de la policía, segundo proyecto, una cota de mallas con un diseño de 6 en 1. Por cierto, se aceptan pedidos de cosas hechas de malla, pero cobro, que la mano de obra es ingente) Meeeec, error. Recogerlos ha sido una odisea; las indicaciones del emplazamiento del aserradero eran vagas (km 11 de la carretera de Andalucía, tras unos depósitos) Tras dar tres vueltas alrededor de dicho punto kilométrico, por fin hemos conseguido meternos por donde era. La carretera al principio era tétrica, por lo poco cuidada que estaba, y sucia. Pero eso era una vía romana en comparación con como se ha puesto a continuación, una vereda sin asfaltar, llena de cráteres que parecían impactos de obús, que recorrían un páramo desolado. Cuando por fin hemos llegado al aserradero, aquello parecía sacado de la España más profunda que os podáis imaginar, con un perro sarnoso negro dando vueltas y mirándonos como triste. Había en el cielo unas ominosas nubes de tormenta que han elegido parir su fría carga justo cuando entrábamos en el desvencijado patio del aserradero, dando aún una impresión más desapacible al conjunto. Al entrar en un almacén enorme lleno de madera, un par de personas que estaban trabajando nos han mirado de arriba abajo y nos han señalado sin decir palabra una oficina. Dentro, un hombre con una camisa amarilla chillona desabotonada, enormes tetas blancuzcas, palillo en la boca, atendía a un par de lo que parecían obreretes de los de sol y sombra mañanero, a media mañana, antes de comer y después. Y un hombre mayor, curtido como un sarmiento hablando con otro obrerete. Le ha despachado y se ha puesto a hablar con nosotros. Nuestro cambio de opinión sobre el sitio en cuestión ha sido tan radical como si de pronto, saliera el sol a media noche. Un profesional im-presionante, interesado, que ha escuchado lo que necesitaba, se ha acercado al almacén a buscar los listones en persona, hablando con simpatía todo el rato, preguntando amablemente las especificaciones de lo que necesitaba, trabajando la madera con un amor inusitado, y que ha convertido dos pedazos de madera feos en unos hermosos listones que casi me da pena destruir con mis torpes manos. Y el hombre de la camisa amarilla le ha ayudado y ha sido extremadamente amable también. Y por fin, cuando iba a pagar, ¡no me ha dejado! Me ha regalado la madera y su tiempo. Tan fuerte ha sido el contraste, que volveré cuando la vaina esté completada para invitarle a unas cervezas. La gente sorprende, y a veces, para bien. Para muy bien.
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